LIBROS POR PATRICIA SCHAEFER RÖDER

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jueves, 28 de abril de 2016

TIEMPO


Tranquilo avanzas
por todas direcciones
sin un sentido.
 
Impetuoso eres
cuando no lo requiero
en mí te encoges.
 
Entre mil mares
asida al segundero
floto náufraga.
 
Me angustia saber
que nunca más volverás
a ser inicio.
 
Presionas vidas
traes contigo muerte
eres destino.
 
Ondeas libre
como mancha de viento
me disuelvo en ti.


© 2016 PSR

miércoles, 20 de abril de 2016

EL PALACIO




Bienvenidos al palacio. El hogar de la realeza; donde nos trataban como reinas y reyes. En sus salas cobraban vida las artes dramáticas y nos enterábamos de las noticias en la época de oro del cine. El palacio era el lugar en que se conjugaban infinitos sucesos incorpóreos, creando sensaciones que nos llenaron de sueños y sembrando sentimientos que marcaron nuestras vidas.

Cada uno era diferente de los demás. Y todos eran grandiosos, concebidos por inspiración en lugares lejanos. Los grandes palacios llevaban lo exótico a su máxima expresión, adquiriendo personalidad propia. Estaban vivos. Sus magníficas entradas, sus refinados salones y vestíbulos que recreaban carnavales extranjeros nos hacían volar con la imaginación a otros lares y otras épocas. Los palacios era modernos y clásicos, llenos de detalles que revelaban su importancia. Las puertas amplias nos recibían a todos por igual con aires de mucho lujo. Los grandes vestíbulos nos hacían sentir a nuestras anchas. En los palacios, cada uno de nosotros formaba parte de la nobleza. Eran majestuosos; esperaban siempre saludarnos en nuestras mejores galas. Los asientos nos acogían en un cómodo agasajo. Sus espacios fantásticamente diseñados nos invitaban a vivir incontables historias. A disfrutar la elegancia. A sentir la maravilla de un viaje inesperado y a la vez tan deseado.

El palacio era el punto de encuentro para los amantes del cine, el teatro, la música y el vaudeville. Del palacio partían diariamente miles de caminos; tantos como espectadores lo visitaban. Era el lugar donde convergían imágenes y música; estrellas y mortales. Nosotros, su público fiel, éramos su razón de existir; lo que le daba vida. El palacio era un ente que respiraba y latía, contagiándonos, gestando en nosotros todos los anhelos. Acompañados de un trago en el intermedio, compartíamos con los demás, rodeados de la fastuosa decoración. En la pantalla, las divas se volvían diosas, los héroes se convertían en leyendas y a nuestros deseos les nacían alas y volaban hacia el infinito. En el palacio crecimos junto a aquellas luminarias de las épocas pasadas que nos hicieron vibrar, reír, llorar, maravillarnos. Quienes, gustosos, escucharon nuestros suspiros y se deleitaron con nuestro asombro. El palacio era la morada de las primeras actrices y los galanes que, desde el escenario, nos recibían siempre con los brazos abiertos, con agrado, como iguales.

El palacio nos abría sus puertas para soñar. Nos daba la libertad de descubrir qué era lo que nos movía. Nos recordaba cuáles eran las pasiones que se escondían en nosotros y nos permitía vivirlas una y otra vez. El palacio estaba habitado por todos los seres y todas las almas. Era muy especial visitarlo, y para ello vestíamos nuestros trajes más elegantes. Las pantallas plateadas nos traían y se llevaban aventuras, emociones, alegrías y tristezas. El palacio conocía nuestros secretos, verdades y miedos. Sabía de los gustos que moraban dentro de cada uno. Era adonde acudíamos para entretenernos, compartir y sorprendernos. El palacio estaba dentro de nosotros al igual que una parte de nosotros le pertenecía a él. Nuestras emociones abrazaban sus cimientos y él nos recibía sin hacer preguntas. En el palacio nos elevábamos sobre los candelabros y explorábamos aquellos anhelos que aún no habíamos descubierto, más allá de las cúpulas estrelladas. En el palacio vivimos impresiones indelebles todo el tiempo. Cada detalle llenaba los instantes de la magia y la gloria del arte. Nos deleitamos entre decoraciones majestuosas de finas pinturas que resaltaban sobre las espléndidas alfombras y cortinas de terciopelo. Entre esculturas exóticas y cenefas magníficas. Entre candelabros y lámparas con cristales brillantes. Entre columnas y tronos dignos de templos de dioses y musas. Y allí dimos rienda suelta a nuestra imaginación.

El palacio era el lugar donde nacían las ilusiones y se creaban momentos inolvidables. Donde surgían las fantasías que nos deleitaban en placeres sutiles y desbocados. Pasar la tarde en el palacio era todo un evento. Al entrar, el vestíbulo se nos abría con el estilo de quien se sabe especial. Los acomodadores eran los genios que nos llevaban del ala en esas travesías, flotando entre aquellos espacios fastuosos. Las luces iluminaban la sala, dejándonos ver sus maravillas. Llegábamos a nuestros lugares. En cuanto ocupábamos los asientos, una fuerza casi magnética nos transportaba a otra dimensión, regalándonos una experiencia emocionante, intimista y profunda. El telón estaba abajo. Las luces se apagaban lentamente, centrándose solo en el cortinaje grandioso. El ambiente estaba inundado de una solemnidad total. Pasaban unos momentos y el lienzo se corría en todas direcciones, dejando al descubierto la pantalla plateada. Estábamos listos para dejarnos sorprender, para viajar, para volver a ser niños y dejarnos envolver en la magia de tantas estrellas que inundaban la pantalla, goteando desde el modelo astral que nos cubría. Toda esa experiencia compleja y amplia hacía que nuestro espíritu se hinchara y se elevara, llenando el volumen de la enorme sala. La música en vivo en los intermedios nos brindaba la continuidad de toda esa magia imperecedera. Con los amigos disfrutamos en el bar, comentando las películas, las noticias y las piezas en vivo.

Hoy en día, el palacio nos lleva de vuelta a una época romántica, de sublime placer artístico, divina. A pesar del paso del tiempo, el palacio sigue siendo universal y único. Este es el Palacio.


©2014 PSR


http://www.nextoneproductions.ca/broken.html 

http://m.imdb.com/title/tt3564442/